Escuela Lorenzo Suárez de Figueroa: Una trinchera en el campo que ilumina

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Dos pizarrones en un mismo espacio: un aula para niños y niñas de entre nivel inicial y 6° grado con una mesita de trabajo para los más chicos. También dos seños que todos los días al llegar abren la tranquera y las puertas de la escuela, sacan los postigos, prenden la estufa si hace frío, izan la bandera.

La matrícula varía según la época del año, explica la “Seño Melón”, pero en este momento son 25 las y los estudiantes de “la escuelita” rural Lorenzo Suárez de Figueroa, en Villa Nueva.

La mayoría son “estudiantes golondrina”. Llegan desde provincias como Formosa, Catamarca y Chaco con sus familias que se instalan en esta zona tambera con la promesa de un trabajo. “El desarraigo marca mucho a la escuela”, cuenta la Seño Melón, también llamada Melina Sosa Dolso, de 28 años, quizás una de las directoras más jóvenes de la región.

Seguir “el camino del corazón”

El camino del corazón -eso, dice Melina- la trajo hasta “la escuelita”. Ella estaba terminando de estudiar la Licenciatura en Desarrollo Local y Regional en la UNVM cuando empezó el Profesorado de Educación Primaria en el Instituto del Rosario. De ambas carreras se graduó, pero en la docencia encontró algo más.

“Descubrí una profesión maravillosa: la docencia como una trinchera y un espacio que sigue siendo privilegiado en la vida de les niñes y sus familias. Un lugar que deja huellas, construye nuestras biografías”, comenta.

Y agrega: “Siempre me sentí muy cómoda con les niñes, entonces había algo ahí, algo que yo podía aportar”. Desde el inicio supo que cualquier lugar que eligiera debía presentar desafíos. “Tenía que ser un lugar que exigiera trabajar en conjunto y armar estrategias para construir un cotidiano más ameno”, explica.

Seño Melón: » “Siempre me sentí muy cómoda con les niñes, entonces había algo ahí, algo que yo podía aportar»

Un día cualquiera, y “de sopetón”, llegó hasta la Escuela Lorenzo Suárez de Figueroa para realizar sus prácticas docentes. “Otra compañera no podía ir, no estaba convencida, entonces yo me ofrecí”, dice. Ya pasaron tres años.

Desde hace algunos meses, además, Melina es la nueva directora de la escuela tras la jubilación de Ana Claudia Bosco, su guía, su mentora. “Me genera algo muy hermoso ver a las personas dedicando su tiempo a lo que les apasiona. Eso me pasó con esta mujer: me despertó una gran admiración”, cuenta.

Algunos desafíos de la ruralidad

“Es todo un desafío, pero se puede dar clase”, dice Melina sobre la modalidad de trabajo en esta escuela plurigrado. Les niñes construyen una dinámica entre ellos y eso ayuda: se cuidan mucho, se observan, se acompañan en los procesos de aprendizaje; se van tejiendo redes muy interesantes”.

“Yo sospecho que tiene que ver con los modos de vida y las prácticas culturales que también tienen en sus casas –agrega-. Muchos acompañan el trabajo de las familias, quedan a cargo de los hermanitos y esas dinámicas se trasladan inexorablemente a la escuela”.

Una escuela, además, marcada por el desarraigo, señala Melina. “Son niños que tienen mucha identidad con sus territorios. Entonces hay una ruptura, una nostalgia en ellos, porque saben y son conscientes de que están acá acompañando a sus padres por trabajo, y porque allá, en sus lugares de origen, la situación no es mejor”, indica.

Abrir las escuelas

Allí es cuando la escuela necesita volverse, ante todo, “un lugar de encuentro”. Un espacio de “disfrute” y de “pausas” que no tengan que ver con el trabajo, dice Melina. Un “nexo” entre la comunidad local y las familias que llegan desde diferentes rincones del país. Otro desafío para las seños.

“Hace un tiempo nos pusimos el objetivo de dar a conocer la escuela, porque no mucha gente la conoce a pesar de que está cerquita, no como otras escuelas rurales que están tierra adentro”, comenta Melina. Persiguiendo ese horizonte, en mayo hicieron una campaña para “poner bonita la escuela” invitando a la gente a sumarse a pintar y acondicionar el espacio.

“La escuela quedó preciosa. Pudimos, además, articular e intercambiar cosas con otras escuelas rurales, y en el medio sucedió lo del proyecto del Teatro es Útil, recibimos su visita, entonces fue como mucha cosa hermosa junta”, cuenta.

Y añade: “Quienes hoy en día habitamos la escuela somos muy creyentes de la causa docente y de la educación como una herramienta de transformación social. Eso nos exige abrir los espacios. Nunca nadie va a defender o luchar por una causa que no conoce. Entonces hay que dar a conocer a las escuelas, compartir y socializar las dinámicas que acontecen dentro”.

“Qué esperan los pequeños de los adultos”

Melina dice que antes de “vocación” le parece mejor hablar de la docencia en términos de profesión. “En este contexto desafiante, el docente no solamente es el que puede construir aprendizaje con un otro, es el que tapa un montón de baches y es el trabajador del Estado que más cerca está de la familia, el que más pone la cara”, dice.

“La ruralidad, además, tiene ese plus de la gestión: vos aparte de enseñar, sos un gestor permanente, resolvés con lo poco que tenés. Si a los docentes -sobre todo los rurales- les dieran el Estado, ¡sabés cómo lo levantarían!”, dice.

Sin embargo, también cree muy cierta una cosa que le enseñó su mentora: se quiera o no, la docencia a veces se parece mucho a responder a un llamado que “sale de las tripas”.

Y es importante, a su vez, saber cuándo irse, dice Melina, y recuerda la enseñanza de otra de sus docentes: “Si algún día sentís que la docencia ya no es tu lugar, hay que retirarse”.

“La docencia tiene un impacto muy grande en la vida de las personas. Justo hay un poemita de (Luis) Pescetti que habla sobre qué esperan los niños de nosotros: que uno no mienta, que si vos les prometés algo lo cumplas, que ante lo injusto vos actúes… pero también esperan que lo que vos hagas con ellos -dice Melina- lo hagas con ganas”.

Fotos: institucionales y gentileza del Teatro es útil (Valeria Colombatti)

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