Que era encantadora, buena anfitriona, una mujer sumamente ilustrada. Que te hacía sentir especial. Que andaba por ahí entregando poemas en papelitos como si fueran caramelos. Que se ponía flores en el pelo, que otras veces salía despeinada.
Que se rumoreaba que estaba loca. Que nunca nadie le escuchó una queja, pero que cuando se enojaba rayos y centellas cruzaban el cielo. Que en su cuerpo cargó con el dolor de la dictadura, la enfermedad, el desamor. Que se encerró en su casa.
Que si querías verla tenías que dejarle una nota en el parabrisas de su auto en el garaje. Que te citaba en el café de la esquina, el de la calle Catamarca, a pocos metros de su casa. Que Edith Vera, como un sauce, tenía un pie en la tierra y otro en el agua, pero que ante todo, era profundamente humana. Eso dicen.
Colectivo Edith Vera
Desde su consolidación en marzo de este año, el Colectivo Edith Vera homenajea y trae de vuelta a esta entrañable poeta villamariense: su vida en la ciudad, las marcas que dejó en quienes la conocieron y su manera particular de habitar tanto el mundo como la escritura.
“El Colectivo surge por iniciativa de Beatriz Vottero y está integrado por gente que ha conocido o valora la obra de Edith, porque Edith nos ha dejado una huella para toda la vida”, dice Fabiana León.
Ya sea a través de encuentros, espectáculos, talleres o programas radiales, la invitación del Colectivo es la misma: acurrucarnos para dejar espacio al vuelo de los pájaros que cantan sobre Edith.
Cruces y encuentros
Fabiana cuenta cómo conoció a Edith: “La conocí porque yo también era paciente del psicoanalista Guindón. Él atendía al frente de donde ahora es Musicalísimo, en un primer piso. No recuerdo si yo salía y ella entraba, o al revés, pero así me crucé con una señora vestida de negro, muy seria. A los pocos meses coincidimos en un taller de escritura y ahí supe que era ella”.
El taller se llamaba Girosueño y lo coordinaban Marta Parodi, Mercedes Espinoza y Nelly Avalle. “Ella se anotó por una sugerencia de Guindón, le dijo que buscara cosas que le gustara hacer. Fue un lujo realmente compartir con ella y escuchar sus creaciones”, dice Fabiana.
Y agrega: “Edith, después de todos sus avatares personales, su cesantía en el cargo, la persecución política y demás, había dejado de escribir. Y en los 90, a partir de este taller, retoma la escritura. Marta Parodi lo cuenta así en su libro Con trébol en los ojos”.
Una verdadera estratega
Beatriz era muy joven cuando la conoció. “Llegué de manos del poeta Mario Moral, él me dijo: vos tenés que conocer a esta mujer. Y le hicimos una entrevista para una revista cultural que habíamos creado que se llamaba El País del Interior”, cuenta.
“La entrevista se hizo en el famoso bar de la esquina. Yo, con mis ínfulas de estudiante recién recibida, fui con un cuestionario que, por supuesto, ella desarmó jugando. Desde ese primer instante descubrí a una verdadera estratega, una mujer seductora y de una ternura increíble”, recuerda Beatriz.
“Sus conversaciones eran realmente deliciosas. Uno podía estar hablando con ella de cualquier tema y de pronto te decía algo como: ¿te fijaste cómo brilla la lechuga cuando la ponés bajo el agua para lavarla? Y entonces ahí uno notaba que había entrado en el juego. Ella jugaba”, dice.
“Edith te hacía sentir especial”
Tanto Beatriz como Fabiana coinciden en describir a Edith como alguien que de manera honesta brindaba su aliento, sobre todo, a los más jóvenes. “Un día la encontré, muchos años después del taller, y me dijo que yo tenía que seguir escribiendo. Le respondí que ella era muy generosa al decirlo. Me miró muy seria y me dijo: no, no, si no creyera en lo que digo, hablaríamos del tiempo”, cuenta Fabiana.
Abrasadora con “s” y abrazadora con “z”, dice Beatriz, porque “Edith te envolvía en su fuego y con sus brazos de un modo cálido que te contenía, que te hacía sentir especial, te hacía sentir que era ella quien quería escucharte y conocerte”.
“Si algo te enseñaba era a creer en vos mismo, a sentirte fuerte con lo que a vos te sale y te gusta hacer. Esto podría leerse incluso en clave feminista. En ese sentido, ella fue una gran transgresora”, dice.
La seña de Edith
“Con los niños también tenía un magnetismo, -dice Fabiana-, sus clases eran especiales, creaba juegos con los niños, sabía conquistarlos”. Edith no tenía vergüenza de jugar.
“Son asombrosas las cosas que me han contado que ella hacía como directora del Jardín de Infantes Antonio Sobral y como docente. Como directora caía al aula de cualquier maestra con un sombrero lleno de flores y una canasta de la que iba sacando cosas. Era muy disruptiva”, comenta Beatriz.
Y agrega: “Eso es lo que nos enseña Edith, en el sentido de dejar una seña. Y la seña es que la vida es hermosa de ser vivida, que hay que divertirse… Me han contado, por ejemplo, que aún estando en la clínica atravesando momentos muy cruciales de su enfermedad, ella hacía poemas picarescos. Si eso no es una enseñanza, ¿entonces qué es?”.
El hada en un cuerpo
Para Fabiana, El Herbolario es “la obra más exquisita Edith”, una síntesis de su estar en el mundo, de su amor por la naturaleza. “Ahí habla de alguien que se siente un sauce, un poco de la tierra y un poco del agua. Yo creo que ella también fue eso, fue como un sauce”.
Y su vez, fue “profundamente humana”, alguien “apegada a la tierra y a lo material”, como menciona Beatriz. “Esto aparece en toda su poesía, también en El Herbolario. Ella era una persona apegada a los aromas, a los sabores, a las texturas, a los objetos, a su casa …”, dice.
“Edith estaba inmersa en el mundo con una clarísima conciencia y dimensión de la miseria humana, de las traiciones de las que había sido víctima, del dolor en su cuerpo por la enfermedad, la melancolía. Como nos recuerda Marisabel Demonte, Edith es nuestra hada, nuestra hechicera, nuestra maga, sí, pero el hada en un cuerpo”.