Historia de una Biblioteca Serrana en Movimiento: Cuenterío

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Mucho ruido y muchas nueces, ¡un cuenterío! Pero también el silencio, ese espacio entre una boca y una oreja donde los cuentos suceden. En el Valle de Punilla pasan cosas. Para empezar, desde hace siete años pasa un auto con mujeres al volante llevando libros por distintos pueblos de las sierras.

Parten desde Villa Giardino con su Cuenterío, Biblioteca Serrana en Movimiento. Algunas son narradoras orales, otras docentes jubiladas, hay una comunicadora social, dos maestras de música y una profesora del secundario. Cuando Marcela Ganapol (58) se mudó desde Buenos Aires, los cuentos vinieron con ella y se multiplicaron como los peces.

Un lugar en las sierras

Su oficio y medio de vida es ser “narradora de historias”, así se nombra. Dice que se formó y trabajó en Buenos Aires y que los cuentos la llevaron por todo el país y varios lugares de Latinoamérica. Finalmente otra cosa la trajo para Villa Giardino, una especie de encantamiento, y decidió quedarse. “Mi pueblo”, le dice ahora.

A los pocos meses, Marcela empezó a gestar Cuenterío. “Aunque existen bibliotecas populares muy hermosas y trabajadoras en mi pueblo y alrededores, la gente, por muchas razones, a veces no se acerca”, dice. Quería, entonces, que los libros salieran al encuentro con esa gente. Una biblioteca ambulante, pensó.

La troupe lectora de «Cuenterío»

“Empecé sola con donaciones de libros que hasta ahora guardamos en una piecita de mi casa y después sacamos a pasear. Ese paseo es por todo el Valle de Punilla y más, porque llegamos hasta Cruz del Eje, que ya es otro departamento de Córdoba”, dice.

La formación de lectores

En Cuenterío la tarea es sostenida. Trabajan con escuelas urbanas y, en su mayoría rurales, de todos los niveles, que visitan de marzo a diciembre. “Es una tarea de formación de lectores, espectadores, oyentes de cuentos”, dice Marcela. Un modo de reforzar el acceso a los libros para que “la realidad también pueda ser entendida a través del lenguaje poético y literario”.

Agrega: “A la par de contar, leer y compartir una historia, en cada lugar hacemos préstamos de libros. Para nosotras es muy importante que los participantes, ya sean niños o adultos, se lleven libros a sus casas. Puede parecer increíble, pero en muchas casas no hay ni un solo libro. Y es emocionante ver cómo empiezan a circular”.

“El libro entra a la casa, lo lee la mamá, el papá, lo leen en familia, lo lee la tía, el primo, lo agarra el perro, se rompe, se moja, porque eso también pasa, ¡pero no importa, -dice Marcela- son los riesgos a correr!”.

El repertorio de Cuenterío

“Nosotras trabajamos únicamente con literatura, no trabajamos con material de estudio, ni manuales, nada de eso. No es pedagógico lo nuestro, es puramente lúdico”, explica. Lo cual no quita que el repertorio elegido para contar o leer sea “sustancioso”.

“Contamos y leemos lo que nos gusta, siempre partimos de ahí. La literatura que se comparte tiene que ser la que nos guste a nosotras en tanto mediadoras o animadoras de la lectura. Si a nosotras un cuento no nos intriga o produce diferentes emociones, es muy difícil que al público sí”, dice Marcela.

En el grupo de nueve todas tienen vinculación con la lectura pero no todas son narradoras orales. ¿Y qué hace una narradora oral? La distinción está marcada por la tradición de un oficio.

Un oficio y un arte

Es un arte ancestral el de contar cuentos. En la era de los chatbots, las historias contadas en ronda sobreviven. Alguien narra y no se necesita más que otro cuerpo dispuesto a la escucha. En un aula, se crea o no, el cuento puede vencer a los dragones de las distracciones digitales.

“Es el cuento bien contado también, ojo, por eso lo nuestro es un oficio y un arte. Yo lo vivo, lo trabajo y lo transmito así. Contar cuentos es una actividad artística para la cual hay que formarse. Nosotras contamos con todo el cuerpo. Es un arte que se ensaya, se estudia y se va perfeccionando”, dice.

El mapa de Cuenterío

De Villa Giardino a Valle Hermoso, Los Cocos, La Falda, La Cumbre, San Esteban, Dolores, Charbonier, El Carrizal y Pampa de Olaen, llegando también hasta un merendero de Cruz del Eje. Cuenterío se sostiene de manera autogestiva y con eventuales donaciones de la gente que ayudan a cubrir los gastos de nafta.

Este año la biblioteca podrá seguir su itinerario de viaje gracias a un subsidio entregado por la Fundación Williams, el tercero que reciben de esta organización. “No nos escapamos del contexto nacional”, dice a su vez Marcela.

Y cuenta: “Cubrimos un radio de 50 kilómetros. Incluso llegamos a dos escuelas en la Pampa de Olaen. Una tiene nueve estudiantes y la otra es una escuela albergue con 15 alumnos. Otras propuestas no llegan hasta allá. Entonces es una fiesta ir, para ellos y para nosotras”.

Historia de una cuentera

“Compartimos libros por acá, compartimos por allá. Vamos a la plaza. Dejamos libros en todos lados… en la confitería de la terminal del pueblo dejamos libros para que la gente que viaja pueda leerlos. ¡Todo lo que se nos ocurra hacemos!”, dice Marcela.

Y al ser consultada sobre su historia como cuentera, primero recuerda a su abuela y luego dice que descubrió el oficio por casualidad cuando la directora del jardín de infantes de su hija, hace casi 30 años, le compartió un folleto sobre un festival de narración de cuentos en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

Cuenta: “Yo no sé qué vio esta persona en mí que yo no había visto, porque yo era periodista en ese momento. Pero fuimos con mi hija y vi por primera vez a unos cuenteros en el escenario y se me volaron los planetas. Me acuerdo que dije yo quiero hacer esto cuando sea grande. Y mi hija me respondió mamá, ya sos grande. Pero así fue. Así empezó”.

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