Graciela Bialet acerca de los cruces entre memoria, docencia y literatura

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Le dijeron que la historia sería difícil de publicar porque “no era apta para chicos”. La realidad era que “en los ´90 nadie hablaba del tema”. Graciela Bialet tenía alrededor de 28 años cuando escribió Los sapos de la memoria, un libro que marcó toda su obra y se basa en uno de los episodios más cruentos de la historia de nuestro país: la última dictadura cívico-militar.

La novela circuló en forma de capítulos sueltos fotocopiados hasta que Jorge Felippa y Mónica Ambort de la editorial cordobesa Op Oloop “se jugaron a publicarla”. Sobre esto, Bialet cuenta: “La verdad es que fue un suceso. Yo no esperaba que más de 500 ejemplares circularan y finalmente es un libro que nunca se paró de editar”.

Graciela Bialet: Los sapos de la memoria

Bialet vuelve, cada cierto tiempo, a escribir sobre identidad y memoria. Es como si a través de los años continuara tejiendo algo que nunca estará acabado. “La memoria no es una cosa del pasado, es una cosa del presente -dice-, y el arte siempre ha contado la historia de la humanidad, y lo seguirá haciendo, mejor que los propios libros de historia que escriben los que ganan. El arte siempre nos ha contado la historia de los vencidos”.

-¿Qué cosas te han ocurrido desde la publicación de Los sapos de la memoria (1997)? ¿Cuál fue el impacto del libro?

–Ha sido un antes y un después. Yo ya tenía varios libros publicados, me dedicaba y me sigo dedicando fundamentalmente a la literatura para niños, me encanta, es lo que me gusta incluso más que escribir novelas, pero la verdad es que Los sapos fueron sorprendentes.

Creo que el impacto mayor del libro fue que en esos años había, y sigue habiendo, mucha necesidad de leer esa historia. Es una historia que fue necesaria. A mí siempre me gusta citar la película de El cartero de Neruda: “la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita”. Yo creo que eso es la literatura. Lo digo como lectora. Los libros que necesito leer se quedan conmigo, me aferro a ellos, son testigos de mi vida. Y me parece que eso es lo que ha sucedido con Los Sapos.

-En Los Sapos, la historia de Camilo y la búsqueda de su identidad es ficcional pero se enmarca en la última dictadura militar de nuestro país. ¿Qué te llevó a escribirla?

–Yo soy de la generación que vivió muy de cerca la dictadura. Entré a la universidad a los 17 años cuando recién se inauguraba la Escuela de Ciencias de la Información y en mi facultad hay 45 desaparecidos. Éramos cerca de 200 inscriptos. No es una historia que me pasó de largo, tampoco era una historia que quería contar. Viví con mucho miedo y con esta culpa absurda de que no sabías por qué le tocaba a otros y no a vos.

Yo estaba en el Centro de Estudiantes, en mi facultad. Tengo muchos compañeros y amigos desaparecidos. Mi marido falleció hace ya 12 años. Él era un sindicalista que trabajaba con Tosco y también fue secuestrado, se escapó, se tuvo que ir del país, volvió, y con todo esto nos cambiamos trece veces en siete años de lugar de residencia para poder sobrevivir.

No me lo contaron desde afuera y cuando empezó a circular la teoría de los dos demonios en los 90, ahí me arrebató la necesidad de poder contar esta historia. No la quería escribir. Yo quería que pasara de una santa vez la dictadura para poder seguir escribiendo mis cuentos para niños que era lo que me ponía en un lugar de felicidad, de encuentro con el arte, con las infancias, pero cuando finalmente decidí ponerme a escribir, la historia salió así, a borbotones. Los sapos me escribieron a mí.

“La docencia es una profesión de lectores”

–Además de escritora, sos reconocida también por tu trabajo como educadora. En tu sitio web contás que te encantó ser maestra de nivel primario. ¿Qué nos podés contar sobre esa labor?

–¡Ay, sí! Yo creo que terminé siendo maestra por la dictadura. Cuando cerraron la Escuela de Comunicación, pude terminar la carrera cuando volvió la democracia, pero en el mientras tanto, hice el magisterio y me encantó. En realidad, la educación es un acto de comunicación permanente. Para mí, la docencia es una profesión de lectores.

La escuela fue creada para aprender a leer y escribir, no al revés. Uno lee mucho antes de aprender la escritura porque lee las realidades, porque entiende los cuentos. Y el docente es un profesional de la lectura. Lo que pasa es que en los espacios curriculares se ha cercenado el tema de la lectura… 

-¿Se relaciona esto con la problemática de la comprensión lectora en las aulas?

–Bueno, yo creo que si los chicos no están comprendiendo, es porque no están leyendo. Los chicos nunca han leído más que ahora con las pantallas, nunca. Las clases más humildes, incluso, las clases con menos instrucción, con menos educación, todas están leyendo y escribiendo en la era digital. Pero, ¿son lectores? No. Algunos sí, otros no, están haciendo uso de la decodificación, eso seguro.

La decodificación es un elemento más dentro del proceso de aprender a ser lector pero no es lo mismo aprender a leer que formarse como lector. Esta formación del lector sólo se concreta leyendo todos los días en la escuela porque la escuela es el lugar de la lectura.

Una memoria en permanente construcción

A más de veinte años de su publicación, Los sapos de la memoria continúa su camino hacia nuevos lectores. Una versión interactiva del libro puede descargarse de manera libre y gratuita desde el sitio web de la autora.

“Hay que seguir haciendo práctica pedagógica de la memoria -dice Bialet-, porque la historia no es solamente la que te cuentan de San Martín o de Belgrano. La historia también es lo que te está pasando en este momento”.

Y agrega: “Tenemos que seguir insistiendo en la memoria como un insumo del presente… Docentes, padres, abuelos, tíos, todos debemos hacerlo. Porque nos toca seguir sosteniendo este planeta para las próximas generaciones y esa es una responsabilidad también”.

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