Con la presencia de Jan Masschelein, de Jorge Larrosa y de Inés Dussel, concluyó la cuarta y última jornada de estudio “Los desafíos de la escuela y la formación docente hoy. Problemas, políticas y experiencias: avances y pendientes”, organizadas por el ISEP.
En ese marco, bajo la mesa de diálogo titulada “La urgente demanda de la alegría escolar”, Jan Masschelein invitó a un ejercicio reflexivo como estrategia para profundizar en la comprensión de lo escolar.
Jan Masschelein es profesor de Filosofía y Teoría de la Educación. Estudió Ciencias de la Educación y Filosofía en la Universidad KU Leuven y en la Johan Wolfgang Goethe Universität de Frankfurt am Main. A su vez es miembro del Alexander Von Humboldt-Stiftung.
Con la pregunta, ¿cómo es una escuela perfecta? estructuró la conversación y sostuvo: “El mejor ejemplo es el hospital escuela para niños con enfermedades terminales”. Así, en su disertación desplegó una serie de argumentos en torno a ello.
Se trata de una escuela que no tiene un fin en sí misma: “No funciona como un instrumento, porque no van a recibir un diploma, porque no van a acceder a la Educación Superior; (…) la escuela no es un instrumento para otra cosa”.
Ofrece una experiencia significativa: “Lo que hacen es animar, en el sentido de las ánimas: les dan vida a las almas”.
Representa a la escuela en su forma pedagógica, que es una forma de compañía: “Los docentes hacen el esfuerzo para crear el tiempo. Al crear el tiempo, se crea un espacio relacionado con ese tiempo para el aprendizaje. En la scholé, que se traduce como el tiempo libre, se usa también la acepción de tiempo para el mundo… y yo diría tiempo para los mundos”.
Reconoce a cada uno/a como estudiante: “En el marco de esa compañía, el docente no aborda a estos estudiantes como pacientes, sino como estudiantes. El punto de partida es que nunca sabemos de lo que es capaz un estudiante. Hablamos de la evidencia, de la cuestión basada en la evidencia”.
Y agregó: “En la escuela perfecta la evidencia no importa. Se deja de lado lo evidente, que el final está cerca, y se parte de la pregunta sobre de qué es capaz el estudiante. Cuando el docente dice ‘inténtalo’, protege a los estudiantes de esa asociación que tienen con sus diagnósticos”.
Trae a cada niño al presente: “Cuando le dice a cada estudiante ‘inténtalo’, en ese inténtalo, aunque esté enfermo/a, le da un sentido de igualdad. Y atrae a los niños al presente: es un regalo y, a la vez, un presentar algo. Con estas acciones se crea tiempo, aunque el destino esté tan cerca, se suspende el tiempo; en el transcurso entre el pasado y el futuro, llega este presente que existe porque hay un docente que lo convoca”.
El especialista dio cuenta de cómo la escuela perfecta convoca a mundos diversos e invita a sus estudiantes a que los animen, a participar en ellos como si fuera una aventura: “La alegría de la escuela es la experiencia de descubrir y una forma de rechazar ese destino que acecha”.
Por último, sostuvo que esa alegría tiene que ver con el encuentro, que no es un encuentro personal, sino con los mundos: el profesor tiene que hacer hablar a los mundos para que se produzca el encuentro. Por eso es importante el valor del habla, el hablar de los profesores.
“Estamos hablando de un amor, un amor pedagógico; no estamos hablando de una terapia que se le da a un niño enfermo. Hay dos aspectos en este amor pedagógico: un amor al mundo -uno no puede hacer hablar a las rocas si no siente amor por las rocas- y también un amor por las nuevas generaciones”, finalizó.