Adriana Puiggrós: “Los educadores consideramos que hay futuro”

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¿Cuál es el rol de educadores e historiadores en una sociedad marcada por la inteligencia artificial, las redes sociales e internet? La pedagoga, Adriana Puiggrós, ensayó algunas respuestas.

En el marco de la entrega de un reconocimiento como Huesped de Honor de la Legislatura de Córdoba y para cerrar las jornadas federales de la Sociedad Argentina de Investigación y Enseñanza en Historia de la Educación (SAIEHE), la pedagoga, escritora y asesora presidencial en educación, Adriana Puiggrós, brindó una conferencia.

En una exposición que duró poco más de media hora, y con la claridad que la caracteriza, repasó el rol de historiadores y educadores frente a una sociedad expuesta a la inteligencia artificial. Además, recordó el valor de los archivos, la construcción de sujetos y el futuro para las y los alumnos.

Desde Villa María Educativa participamos del encuentro y reproducimos parte de la conferencia:

“No es ya posible que las comunidades modelen la historia en sus propios términos”

Los historiadores saben del largo camino de vinculación entre los pueblos que precedió a la globalización. También que la extensión de conocimientos y territorios se hizo especialmente de manera violenta y que muchas civilizaciones se extendieron de manera imperial. En el imperio nosotros somos considerados el patio de atrás. Esto no ha impedido que la historia siga su curso. La civilización a la cual pertenecemos ha planteado su propio final: lo ha hecho llevando al borde la destrucción de su ambiente y alcanzando un desarrollo de la tecnología bélica que terminaría con parte de la vida actual.

Yuval Noah Harari decía que la historia se está acelerando y pronosticaba un nuevo orden. Pero no abandonó la idea de que un cerebro artificial supere a un cerebro humano. Hace semanas, Arari hizo declaraciones sobre un manifiesto que el también había firmado junto con Elon Musk. El documento insta a identificar el desarrollo de la inteligencia artificial con sus peligros y reclama una ley que lo regule. Arari denuncia a los firmantes que son los mismos productores de la inteligencia artificial. El manifiesto deja a la vista la competencia entre grandes corporaciones sobre el dominio mundial y la historia.

Hay otro manifiesto «Por una política aceleracionista», que aclara la diferencia y la complejidad que puede adquirir la sociedad en un posible poscapitalismo o sociedad nueva. Hago estas referencias porque que nosotros, historiadores y educadores, tenemos que sentirnos afectados cuando los más poderoso se apropian de la investigación científica y tecnológica y cuando avanzan en la producción de dispositivos que aspiran a sustituir la acción humana, que tengan el monopolio de las preguntas y respuestas.

Hay un tercer manifiesto, casi en contraposición con el primer manifiesto, un grupo de la corriente decolonial conformado por académicos. Aunque yo tomo distancia de dicha corriente, contiene párrafos sugerentes. Dicen sus firmantes: nuestra urgencia surge del riesgo de utilizar la inteligencia artificial como sistema de conocimiento para crear nuevas verdades algorítmicas, irrefutables, que refuercen la dominación. Y al hacerlo borran otros sistemas de producción de conocimiento y otras visiones. Así como la agencia, la autonomía y resistencia de otros pueblos. La colonialidad de la inteligencia artificial va más allá del colonialismo de los datos y está basada también en el extractivismo del territorio. Además, tiene la capacidad de modelar la realidad. En una sociedad desigual, pueden emplearse para construir más desigualdades. Al insistir en una inteligencia artificial decolonial, dice el manifiesto, defendemos el derecho de las comunidades históricamente marginalizadas a modelar la realidad en sus propios términos.

Desde mi punto de vista, no es ya posible que las comunidades modelen la historia en sus propios términos. Por eso empecé diciendo que los historiadores sabemos que la globalización empezó hace mucho tiempo. Entonces es imposible esta modelación sin que se elaboren las inscripciones de la cultura globalizada que ya tienen en sus cuerpos y en su economía. Tal vez haya que empezar a hablar de culturas dominantes en un mundo que es cada vez más multilateral.

El ciudadano global y el educando del neoliberalismo

Por otro lado, el concepto de ciudadano global. Con la segunda guerra mundial parecía que habían terminado las guerras. Con la declaración de los derechos humanos, la Unesco, parecía que había un gran pacto de paz universal. Pero ya estaba iniciada la guerra fría. El ciudadano universal tomo otras características. ¿De qué se trata en la época del neoliberalismo ese ciudadano universal? Se trata de un sujeto sin pasado, subsumido en un presente absoluto y desinteresado del porvenir. La disputa por modelar la realidad es importante para reducir a los sujetos a una suerte de ciudadano global. Dice Zygmunt Bauman: es reducir la comunicación a la experiencia del momento, interrumpidas. El yo vive lanzado a la carrera.

Digo yo, el lugar de la interrupción donde están bloqueadas la enseñanza de la historia y la política, es donde se ubica el educando del neoliberalismo. La educación se resuelve en satisfacciones consumistas relevantes a la experiencia. Esta es innecesaria porque, según afirman los educadores neoliberales, las infinitas ofertas de internet las sustituirían. Según su opinión, las redes también suplantan a los viejos sistemas escolares posibilitando la comunicación sin límites en una suerte de emprendedurismo que les invita a disfrutar del presente absoluto sin las cargas del pasado y el futuro.

Las corporaciones se encargan de producir las representaciones correspondientes a los distintos estratos que van ordenando a los consumidores. Por ejemplo, las pruebas psicométricas que aplican organismos como la ONU están diseñadas en base a una serie de variables universales. Miden la educación de los alumnos a un modelo global en distintos países, regiones y poblaciones sin distinción. Se piensa al mundo como individuos y hay un ordenamiento homogeneizador que pretenden estas evaluaciones. La experiencia, la historia personal, comunitaria y política queda subsumida.

“Los educadores consideramos que hay futuro”

Ahora bien, nosotros los educadores consideramos que hay futuro. Creemos en la continuidad de la historia. Nuestra identidad profesional, laboral, vocacional se desenvuelve, pierde sentido, si no hay prospectivas posibles para la vida de nuestros alumnos. Pero las situaciones limites que estamos viviendo impactan en las percepciones de la historia y en las posibilidades de la educación y estimulan los dispositivos del olvido y la descalificación del propio pasado.

Es cierto que la historia maneja materiales que están en constante cambio a través del tiempo y también producen significaciones. Precisamente la comprensión y la discusión de esas significaciones nos habilita a considerar posibilidades de futuro. Sin embargo, para hacerlo debemos abandonar la posición de sujeto en la que nos inscribe el neoliberalismo. Desprendernos del puro presente y del pesimismo melancólico del cual somos útiles a la voluntad de los grandes poderes e inútiles para colaborar en las importantes significaciones. Inútiles para colaborar en que estas significaciones enriquezcan la historia.

¿Acaso nosotros los que escribimos, enseñamos historia y los que hacemos política educativa no tenemos una responsabilidad en las percepciones e interpretaciones de los jóvenes? Ninguna generación vive en carne propia las mismas referencias, sus referencias del pasado son otras. Esas referencias antes provenían de abuelos, padres, de las comunidades, de los diarios o libros de la enseñanza escolar. En el siglo XXI los antiguos maestros han sido desplazados por la publicidad, por la historia contada por Netflix y otras empresas mediáticas en películas y series. Allí todos nos perdemos, nos olvidamos nuestros relatos, quedamos atrapados en la verdad ajena. Y debo dejar muy claro que no estoy instando a una actitud regresiva sino a apropiarnos de los saberes científicos y tecnológicos para darle una nueva orientación.

Por eso me refería a la necesidad de un cambio en la situación del sujeto porque implica entender de dónde venimos, que hemos hecho, que dirección le dimos a la interpretación de la historia y como estamos educando. La historia no se repite, pero los temas y actores duran más tiempo de lo que suponemos. Vive en lenguajes, rituales, juicios y perjuicios.

Escuchar los relatos de los docentes sobre la historia de sus escuelas es importante porque nos interesan como concurre la contingencia y la decisión política. Es necesario ayudar a nuestros alumnos a admitir como propia la historia de su patria y de su comunidad. Actualmente hay una revolución de los archivos al mismo tiempo que aumentan los datos retenidos de las personas por las corporaciones. Es como si se sacara de un cajón todo lo viejo para guardar lo nuevo. En los archivos de las escuelas o de los individuos hay archivos de la historia latinoamericana.

Actualmente muchos historiadores están volviendo a las fuentes, a realizar memorias. Creo que esa tarea nos ayuda a defendernos de la sobreabundancia de la información. El regreso a las fuentes forma parte de la posición de sujeto que mencione antes. El historiador de la educación y el docente de historia que no acepta paquetes cerrados, las facilidades de las definiciones, las respuestas y los relatos de las redes deben profundizar la producción de nuevos soportes conceptuales junto con el regreso a las fuentes. Los nuevos soportes conceptuales tienen una vinculación profunda con la mirada histórica y con la mirada política. Voy a terminar recordando una frase de Stella Maldonado que decía: hacer política consiste en ampliar el horizonte de lo posible, en hacer posible lo necesario. La tarea de los historiadores de la educación es enseñar a los jóvenes que la historia es compleja y nos constituye, que no está escrita la clausura de ningún camino. Hacer historia y enseñarla es combatir la desesperanza.

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