En su aniversario 85 el Abraham Juárez reconoció la labor del “centinela” y su “cocinera”. Miguel Ramos es un vecino del edificio y Marta Alaníz se jubiló después de 19 años al frente de la cocina de PAICOR.

El pasado viernes 14 mientras por la noche dejaba caer la lluvia por el barrio San Martín dentro del IPEM 56 la humedad se dejaba ver en los ojos de las más de 100 personas que participaron del acto.
Abraham Juárez: el centinela
El vecino Miguel Ramos (jubilado como operario de la Fábrica Militar) en los momentos crudos de pandemia controlaba las alarmas y luces de la escuela. Ante cada novedad, avisaba al director o la Policía, de acuerdo a la magnitud del evento. Actualmente lo sigue haciendo durante los fines de semana.

“Es un orgullo, un orgullo muy grande”, dice con la voz entrecortada Ramos charlando con Villa María Educativa.
Para Ramos este reconocimiento “me sorprendió mucho y es un halago seguir colaborando con la institución”.
Después del reconocimiento y de recibir una plaqueta, Ramos nos contó como era transformarse en el centinela escolar en aquellas noches cerradas de pandemia. Dice: “Yo tenía un labrador y un Golden, ya fallecieron ambos, cuando sonaba la alarma entraba con ellos y revisábamos todo”. Y recuerda: “Ahora llamo a Calvo o a la Policía, y entro con ellos. Últimamente se ha tranquilizado, pero años atrás le pegaban cada susto al colegio, lo saqueaban”.
Abraham Juárez: su cocinera
Marta Alaníz dejó la cocina del IPET 56 después de 19 años cuando llegó la jubilación. Ante de esa labor, que la acercó fuertemente a los estudiantes y al resto de esa comunidad educativa, trabajaba en una rotisería.
Entre lágrimas Marta recuerda como fueron sus días en la escuela: “maravillosos, fue mi segunda casa. Estoy muy emocionada y sólo tengo palabras de agradecimiento”.
Alaníz también recordó para este portal como fueron las mutaciones del servicio de PAICOR con el paso del tiempo: “entrábamos a las 8, en un primer momento hacíamos la comida nosotros, ya después venía la empresa con la comida elaborada”.

Esas raciones de comida, con la consabida situación económica y las sucesivas crisis económicas, se transformaban muchas veces “en la única comida diaria para ellos. Siempre los recibíamos como si fueran nuestros hijos”, se emociona Marta al recordar en compañía de su esposo quien la acompañaba.