A partir de una investigación, María Cecilia Quaglia (Profesora, Licenciada en Calidad de la Gestión Educativa y Maestranda en Estudios Latinoamericanos), analiza cómo se manifiesta la interculturalidad en las escuelas secundarias, relacionadas con la inmigración boliviana. Es decir, cómo los estudiantes bolivianos e hijos de bolivianos compatibilizan sus herencias sociales en un ámbito escolar tradicionalmente homogeneizador de las diferencias.
La investigadora toma como caso el Instituto Provincial de Enseñanza Técnica (IPET) N° 49: Domingo Faustino Sarmiento de Villa María, conocido como la Escuela del Trabajo.
“La investigación permitió afirmar que, si bien la escuela ha logrado avances en materia de interculturalidad, plasmada en leyes y espacios de debate y reflexión, sigue manteniendo vestigios de un discurso homogeneizador de diferencias. Ante esta situación, los estudiantes migrantes bolivianos responden utilizando diferentes estrategias identitarias de resistencia, silencios, cambios culturales, que le permiten transitar el proceso de escolarización”, resume Qualia en su informe.
¿Quiénes hablaron y sobre qué?
La investigadora realizó para su tesis de maestría entrevistas semi-estructuradas a los estudiantes migrantes bolivianos e hijos de bolivianos que concurren a esa escuela y a los diferentes actores educativos como docentes y preceptores. Además, llevó a cabo la observación y el registro etnográfico escolar en las horas de clases, recreos y talleres. También indagó en los legajos de los estudiantes inmigrantes para observar sus trayectorias escolares.
Los entrevistados fueron once estudiantes con diferentes edades y cursos de la escuela. La mayoría proviene de Cochabamba, Puna, Santa Cruz de la Sierra y Tarija. De nacionalidad argentina con padres bolivianos provienen de Córdoba, Bahía Blanca, Ensenada, La Rioja y Villa María. Un dato para destacar es que la mayoría de esta población estudiantil está unida por vínculos familiares, son hermanos, primos.
Los principales temas sobre los que hablaron fueron: la presencia de redes familiares; la oferta educativa de la Argentina como posibilidad de progreso; la residencia en Argentina; los viajes a Bolivia para el reencuentro familiar; los cambios realizados para pertenecer; el uso del quechua; la herencia social: comidas, eventos, idioma; la discriminación.
¿Qué es la interculturalidad y qué pasa en la escuela?
Desde sus inicios, el Sistema Educativo Argentino “construyó un imaginario que negó lo diferente, es decir, lo que no sumaba a los patrones reconocidos como válidos fue considerado inferior. Así, las diferencias se fueron invisibilizando, negando, incluyendo, excluyendo, reconociendo o monoculturalizando. De esta manera, se engendraron tensiones, que se incorporaron a las prácticas de la cotidianidad y especialmente, a los escenarios educativos”.
Desde la perspectiva crítica de la interculturalidad, se la considera un derecho y un medio para lograr la reproducción de las culturas en minoría y en condición subalterna. Es una visión contra hegemónica, en la medida en que pone énfasis en las relaciones de poder asimétricas entre el estado y los grupos minoritarios: indígenas, afrodescendientes, migrantes.
Entre 1985 y 2005 la legislación argentina, en el orden nacional y provincial, incluyó dimensiones de reconocimiento y respeto a la diversidad cultural, en el marco de la vigencia de los Derechos Humanos. Sin embargo, muchos autores sostienen que el sistema educativo en pos de lograr mayor igualdad, manipula las diferencias, las uniformiza.
“A pesar de los cambios, la escuela sigue siendo un ámbito donde se tiende a homogeneizar las diferencias culturales. A pesar que en los últimos tiempos se habla de una educación más inclusiva, sigue vigente en la práctica diaria una mirada del inmigrante como el diferente y se lo sigue excluyendo bajo diferentes formas”, explica la investigadora.
Ser estudiante boliviano en una escuela de Villa María
Villa María es un punto de atracción para la radicación de migrantes. Este movimiento migratorio repercute en las instituciones escolares locales, ya que los estudiantes bolivianos o hijos de bolivianos asisten a centros educativos en la ciudad.
En el caso del Instituto Provincial de Enseñanza Técnica (IPET) N° 49: Domingo Faustino Sarmiento, para 2022, asistían 17 jóvenes de nacionalidad boliviana y ocho de nacionalidad argentina con padres bolivianos. La población estudiantil boliviana representaba el 2,43 % de la institución y comprendía una franja de edades que abarcan desde los 12 hasta los 19 años. En el Ciclo Básico se encuentran más de la mitad, (17) y el resto (8) en el Ciclo Orientado.
A partir del análisis de las entrevistas a los estudiantes bolivianos, Quaglia afirma que la mayoría de sus familias están unidas por vínculos familiares que posibilitan y condicionan las migraciones individuales. Son proyectos de relocalización familiar vinculados con la perspectiva de progreso y acceso a la educación, salud y a una vivienda propia. En cuanto a la oferta educativa en la Argentina se valora el acceso a las escuelas y universidades públicas.
E. F. G dice: “Mi mamá dice que acá todos tenemos más futuro con la universidad”
D.C.V.: “Seguir estudiando, si Dios quiere, quiero ser ingeniero mecánico, mis papás me apoyan a seguir en la universidad, cosa que ellos no tuvieron la oportunidad, y tenés que estudiar, ser algo importante”
Cambiar para adaptarse en las escuelas y el silencio
Un aspecto central que deviene de las entrevistas es cómo los jóvenes migrantes deben cambiar o resistir sus rasgos identitarios para pertenecer a un grupo de pares en el interior de las escuelas.
M.C.Q.: ¿Vos sentís que tuviste que cambiar tu forma de ser para tener amigos cuando viniste Argentina?
J.L.Y.: Sí
M.C.Q.: ¿En qué tuviste que cambiar?
J.L.Y.: Como ellos se vestían, por ejemplo, cómo hablaban (…) Es que hay algunas veces yo me di cuenta como yo me vestía, la mayoría se visten con ropa elegante, así yo decidí hacer lo mismo que ellos (sus compañeros)
Lo mismo dice otro compañero ante la pregunta de si debe cambiar:
B.C.H.: Sí, creo que sí.
M.C.Q.: ¿Qué, por ejemplo?
B.C.H.: Mmm, el acento, no me gustaba mucho mi acento, porque me sentí diferente al resto por mi acento, el acento argentino era muy distinto, yo me sentía muy solo (…) Cada vez que hablo con mi abuela dice que cambié mucho la voz, el acento, todo viste que cambié todo.
En general, la investigadora señala que los estudiantes mencionan el olvido de su lengua materna como el quechua a medida que el tiempo pasa. En estos estudiantes, existe una fuerte tendencia al uso del español, ya que es el idioma que se habla en la escuela. También notan el cambio en su acento.
La mayoría modifica la manera de vestir e incluso algunos nombran la transformación de los rasgos de su personalidad para poder ser reconocidos y aceptados por sus compañeros argentinos. Otra estrategia que los estudiantes migrantes utilizan para enfrentar mandatos escolares es resistiendo, conservando elementos de su herencia social.
El silencio es una de las respuestas de los jóvenes migrantes en las escuelas. Una de las expresiones más repetidas de los docentes de la institución es que los estudiantes bolivianos son silenciosos, que participan poco, son tímidos, sumisos, introvertidos, les cuesta integrarse, que no participan de las actividades de la escuela.
Y señala la investigadora: “Frente a este mandato escolar de un estudiante ideal, las representaciones de muchos docentes se encuentran en asociación directa entre una posición distante y contenida de los chicos y las referencias culturales y nacionales con las que los jóvenes migrantes son identificados (…) El silencio es en este sentido entendido por muchos docentes como una barrera cultural, surgida con independencia de la relación asimétrica que se da entre los alumnos y la institución”.
Discriminación
M.C.Q.: ¿Por qué te cambiaste de escuela?
J.C.C.: En esa escuela, (primaria) en la anterior sufría de bullying ya por ese momento me decían negrito o sino boliviano…
M.C.Q.: ¿Acá (en esta escuela) sentís que te han faltado el respeto o te molestan por ser boliviano?
J.C.C: (Duda) no, (se ríe con vergüenza) (Interviene la preceptora y le pregunta: ¿te ofenden por ser más morochito o por ser boliviano?, ¿te dicen che bolita?
J.C.C: Algunos cargan diciendo cosas estúpidas, la verdad no, solo hablan, así nomás, y se dicen cosas, hay veces… solo lo dicen cuándo se están enojando conmigo, después cuando no nos enojamos estamos bien.
M.C.Q.: ¿Pero cuando se enojan con vos qué te dicen?
J.C.C: Me dicen eso, anda tu país, sino boliviano.
Quaglia explica que algunos estudiantes manifestaron situaciones donde fueron objetos de discriminación a lo largo de su trayectoria escolar, siendo más frecuente la situación en la escuela primaria y menos en la secundaria. Incluso naturalizan esas situaciones, hasta el punto de no poder reconocerlas o minimizarlas.
Entonces… ¿Qué pasa en las escuelas?
Como conclusiones, la investigadora menciona que el “mandato uniformador” sigue vigente en nuestros días, el tratamiento de las diferencias culturales de grupos migratorios sigue siendo excluyente.
“Las diferencias culturales, especialmente la de los grupos migrantes, no son concebidas desde el diálogo intercultural, no existe un currículo basado en intercambios de experiencias que conciba a lo diferente como un elemento enriquecedor. Se continúa con la construcción de narrativas histórico-culturales, que establecen un nosotros y un ellos (…) La escuela niega a otras maneras de producir y transmitir conocimientos que no sean las propias, originando situaciones de exclusión social”.
En el caso particular de esta escuela villamariense, dice: “Se puede vislumbrar que el discurso de la diversidad e interculturalidad, es entendido como convivencia, tolerancia, respeto y reconocimiento, sin embargo, es difícil identificar proyectos interculturales. A través de los relatos de los diversos actores institucionales, se puede afirmar que reconocen la existencia de esta población estudiantil boliviana en la institución, la consideran un fenómeno de los últimos años, pero dicen no saber demasiado sobre ella”.
“Además, sostienen que no hace falta integrarlos, lo hacen solos, porque son pocos, porque culturalmente, en su forma de ser, son distintos. En los discursos de los docentes entrevistados, se hacen presentes ciertos atributos de la población estudiantil boliviana: son jóvenes callados, tímidos, cerrados. Por consiguiente, se podría decir que se generalizan estos conceptos y se aplican para todos los estudiantes, como características de la cultura boliviana, promoviendo de esta manera prejuicios sobre los estudiantes que son distintos a la cultura argentina”.
La investigadora asume que las escuelas enfrentan nuevos desafíos y la propuesta de una mirada intercultural resulta inminente para que se ponga en cuestión el legado colonial que genera prácticas estigmatizantes a las diferencias culturales: “Albergar la diversidad en sus múltiples manifestaciones sería la opción para la construcción de una sociedad y una escuela más democrática, una actitud superadora de apertura hacia el otro para evitar la xenofobia y la discriminación étnica”.