Escribe: Marcelo Zona (Docente, periodista y dibujante)

Los docentes nos hemos acostumbrados a naturalizar ciertas cosas; a aceptarlas tal como si fueran hechos consumados o realidades inmodificables. “Los salarios han sido históricamente bajos”, he ahí entonces, tibios reclamos para acceder a una remuneración digna; “los docentes dan clases por vocación” y se toma la vocación como un sacerdocio, una cuestión espiritual que está mal allá de una retribución justa que permita llevar adelante una vida digna.
Y así fue como a la tarea docente específica se le fueron adhiriendo otras, relegando incluso, a veces, la propia función de enseñar y que los estudiantes aprendan (un candente reclamo social).
El profe o el maestro se transformaron entonces en una especie de trabajador social, psicólogo, consultor de familia, cocinero, guarda, etcétera.
Y más recientemente en operario de fábrica, en una especie de obrero industrial, obligado a marcar en un reloj biométrico su asistencia al lugar de trabajo.
Por 40’ de clases marca su ingreso y salida, so pena de descuento, so pena de una inasistencia injustificada y muchas cosas más, la advertencia del secretario, de la vice o del director, del preceptor y del que controla el reloj en alguna oficina de Recursos Humanos del ministerio.
Los partidarios del sistema sostienen que además de ayudar a las jefaturas, también lo hace con todos los empleados quienes así pueden llevar un historial contable de sus horas trabajadas y la gente de Recursos Humanos aseguran que el control de asistencia es un aspecto crucial en la gestión de cualquier empresa. Para garantizar la puntualidad y la productividad de los empleados, es necesario contar con un sistema que permita registrar de forma precisa las horas de entrada y salida de cada trabajador.
Hay que decir que en una escuela existen varias instancias para corroborar y/o certificar la asistencia de un docente: secretarios, preceptores, vicedirectores, directores, libros de tema, partes diarios. Quienes cuentan con herramientas legales para poner en vereda a los impuntuales o los inasistentes crónicos.
Pero les impusieron a los docentes el reloj biométrico. Los transformaron en obreros de la educación obligándolos a poner su huella digital cuando va a ingresar a dar una clase y cuando concluye con la misma.
El gran hermano del gobierno controla a través de un sistema panóptico que nadie se escape, que nadie falte, que nadie llegue cinco minutos tarde o se vaya cinco minutos antes; que el docente trabaje, ya que cuenta con los inmejorables beneficios de trabajar cuatro horas y tener tres meses de vacaciones.
¿Es eficiente el sistema? Seguramente para RRHH sí, pero para el trabajador de la educación bajo ningún aspecto lo es, porque si tomamos como referencia la unidad de 40’ de clases, detrás de ellos hay tareas que no ingresan bajo el control del reloj biométrico: planificar, preparar la clase, hacer las adaptaciones curriculares cuando son necesarias, reuniones de padres, reuniones de distinto tipo, capacitarse (es una exigencia ética y moral de cada docente, como así también de las autoridades ministeriales), redactar informes, corregir, confeccionar libretas, entre otras.
Todas imposibles de realizar en presencia de los estudiantes, en el aula, durante el desarrollo de una clase. Generalmente todas se llevan a cabo en el hogar, fuera de ese espacio temporal en el que la huella dactilar marcó una asistencia al lugar de trabajo, cuando en realidad sólo marcó una parte porcentualmente inferior a la tarea que realizar un profesor o un maestro (muy a pesar de los muchos que aún creen que la docencia es solo estar dentro de un aula y punto).
El control de asistencia en una empresa es un aspecto crucial en la gestión de RRHH para garantizar la puntualidad y la productividad de los empleados. Esto piensan desde un ministerio que es la EDUCACIÓN; esto aceptaron mansamente los docentes y sus instituciones gremiales.
De hecho, no es este un tema crucial para el desarrollo de la educación de nuestros jóvenes, está lejos de serlo, pero no es menor la concepción que tienen del sistema quienes deben tomar decisiones sobre cómo educar esa juventud y no es precisamente la escuela una línea de producción. FIN.